La importancia de Des-Educarse

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«Nuestros hijos aprenden a leer, a escribir, aprenden matemáticas, ciencias y otras materias en la escuela para poder ganarse la vida el día de mañana. Pero muy pocos programas escolares enseñan a los jóvenes cómo vivir, como afrontar la ira, calmar los conflictos, respirar, sonreír y transformar las formaciones internas. Es necesaria una revolución en la educación. Debemos animar a las escuelas a enseñar a nuestros estudiantes el arte de vivir en paz y armonía.»

Tich Nhat Hanh

Nunca es tarde para des-educarnos. Desde la infancia nos educan para ser competitivos, aptos, brillantes, en el marco de una sociedad materialista e individualista. No nos educan para ser nosotros mismos, ni ser felices. No nos enseñan a hacernos preguntas, a cuestionar, a elaborar nuestras propias respuestas y a confeccionar un conocimiento vivo basado en nuestra propia inda­gación. No nos enseñan a construir una identidad propia, un camino auténtico que nos permita cimentar una vida íntegra, responsable, autónoma y feliz.

No nos hablan del despertar de la conciencia, ni de la búsqueda en nuestro interior como base para proyectar la vida que queremos en el exterior, ni de la gestión de nuestras propias emociones, ni de la importancia de amarnos, respetarnos y aceptarnos como somos, ni del altruismo como forma también de mejorar y contribuir positivamente a la vida de los demás, ni de la espiritua­lidad en una acepción alejada de lo religioso, ni de la calidad de vida despojada de un sentido material, ni del amor en todas sus facetas y en todas sus formas.

Es decir, una educación encaminada a desarrollar las habilidades intelectuales y las capacidades técnicas y que, sin embargo, descuida el ámbito emocional y el desarrollo espiritual de las personas. Una educación, en definitiva, orientada a crear un proyecto de vida profe­sional más que a la construcción de un proyecto de vida integral coherente con lo que somos y sentimos.

Vivimos en una sociedad hipócrita que nos enseña a reprimir nuestro deseo, nos enseña a obedecer y a fingir, nos marca qué y cómo debemos pensar y sentir, qué es bueno y qué es malo, cómo debemos comportarnos, qué es políticamente correcto y qué no lo es. Una sociedad que, en conclusión, nos marca unos estereotipos y unos patrones de conducta que no solo no son cuestionados sino que debemos asumirlos como propios para no ser apartados o estigmatizados.

Apremia, bajo mi punto de vista, la necesidad de tener una actitud crítica frente a los valores y creencias que nos han inculcado desde la infancia, frente a todas aquellas inercias y automatismos que hemos asumido como propios sin cuestionar, solamente porque nuestro entorno también los ha asumido como propios y los ha elevado a la categoría de verdad absoluta. Cues­tionar, tener espíritu crítico, no significa desechar de una manera arbitraria, quiere decir analizar qué es lo que nos ha llevado hasta el punto en el que estamos pero refor­mulando nuestra realidad con la mirada centrada en la construcción de un futuro ilusionante fundamentado sobre nuevos valores que permitan afrontar con mayores garantías los retos del mañana.

Debemos pelarnos como una cebolla, individual y colec­tivamente, quitarnos capas de piel y luego revestirnos de nuevo, reeducarnos, aprovechando aquellas cosas que nos fueron útiles e incorporando todo aquello que permita construir una realidad más coherente con lo que somos. No podemos generar nuevos escena­rios más equilibrados, más sostenibles, más armónicos gobernados por las mismas inercias que nos llevaron a construir aquello que deseamos cambiar, o dicho de otro modo, no podemos generar resultados distintos haciendo siempre lo mismo de la misma manera una y otra vez.

Algunas frases para reflexionar:

«Para ser un verdadero investigador de la verdad, es necesario, al menos una vez en la vida, poner en duda todas las cosas.»
René Descartes

«Siempre que enseñes, enseña a la vez a dudar de lo que enseñas.»
José Ortega y Gasset

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