Es sorprendente el temor que nos produce cambiar. Ya sean procesos de transformación personal que sabemos necesarios para acercarnos a la vida que deseamos (por ejemplo superar el temor a relacionarnos con personas desconocidas, aprender a decir No y a establecer límites a los demás, trabajar nuestra autoestima y nuestra confianza para acometer un nuevo reto profesional) o bien circunstancias externas que ponen en cuestión nuestros pilares y nuestro sistema de referencias y nos invitan a iniciar nuevas etapas bajo nuevos parámetros, con nuevas maneras de pensar, sentir y actuar (por ejemplo un hecho inesperado como la pérdida de un empleo, quedarse en la ruina económica, el fallecimiento de un familiar), lo cierto es que el hecho de estar en este mundo y estar vivos implica que debemos estar dispuestos a armonizarnos de manera constante con el flujo de la vida, estar abiertos a reformular nuestra manera de interpretar la realidad para dar respuestas que nos aporten mayor bienestar y equilibrio, estar dispuestos a evolucionar, en definitiva, para no caer en un territorio estanco, hermético, caduco, cerrado al dinamismo de la existencia.

Aunque no seamos conscientes, desde que nacimos hasta el día de hoy hemos afrontado infinidad de procesos de cambio. Nuestras vivencias van modificando nuestro carácter, nuestras actitudes frente a distintas situaciones, nuestra manera de responder ante las cosas que nos pasan, generando nuevas maneras de pensar, de sentir, de ver la vida. Entonces, ¿Por qué nos resulta tan difícil cambiar? ¿Por qué nos asusta tanto lo desconocido? ¿Por qué nos cuesta tanto emprender nuevos caminos? ¿Por qué se nos aventura tan complicado reformular nuestra manera de pensar y de posicionarnos frente a las cosas que nos pasan?

Desde la niñez nos han educado en el culto a la seguridad. Desde la infancia se nos ha preparado para que seamos cautelosos y prudentes, estimulando estas cualidades en detrimento de otras como la curiosidad, la exploración del mundo sin temor, la familiarización positiva con la incertidumbre, el cambio como reto o como oportunidad de aprendizaje. Nuestra sociedad valora aquello que es estático, aquello que no rompe los esquemas de lo preestablecido, aquello que no altera el orden de las cosas. Sin embargo, en los últimos años hemos tenido que afrontar un proceso de metamorfosis muy agudo que ha dado lugar a un nuevo paradigma y que ha puesto de relieve leyes que ya operaban pero de las que no éramos conscientes: (1) todo puede cambiar de un momento a otro (siempre existe un componente de incertidumbre, seamos conscientes o no); (2) la vida es cambio permanente (aunque no seamos capaces de verlo); (3) la seguridad total y absoluta no existe (aunque hayamos creído lo contrario); (4) la vida no ofrece garantías (por tanto, hay que estar dispuesto a adaptarse y reinventarse constantemente).

“Todos piensan en cambiar el mundo, pero
Nadie piensa en cambiarse a sí mismo.”

Alexei Tolstoi

En ese contexto es normal que nos resistamos a cambiar incluso cuando no cambiar supone aferrarse a viejos esquemas, viejas formas de pensar que han quedado obsoletas. Aunque no nos guste la vida que llevamos, aunque nos sintamos profundamente insatisfechos, aunque apremie la necesidad de cambio
nos mantenemos inmóviles, permanecemos en esas zonas de cómoda incomodidad donde a pesar de experimentar sentimientos desagradables nos sentimos seguros porque es lo que conocemos. Salir de esa zona cómoda, confortable nos atemoriza. El cambio se vive, entonces, como una amenaza, aparecen la ansiedad y la angustia, se dispara nuestra fantasía anticipando finales catastróficos, situaciones que en realidad casi nunca se cumplen. Pero, ¿qué es exactamente lo que nos da tanto miedo?

(1) Enfrentarnos a situaciones nuevas implica que tal vez haya ciertos aspectos de las mismas que no sepamos manejar y eso nos genera una cierta inseguridad. Por ejemplo, afrontar una nueva tarea en nuestro puesto de trabajo como puede ser tener que hablar ante un gran auditorio por primera vez. Tememos así no saber afrontar el reto por no creernos capacitados para hablar en público, el miedo a quedarnos en blanco, el miedo a exponer nuestra valía profesional ante los demás. (2) Cambiar una determinada dinámica puede implicar atravesar un proceso de duelo por aquello que se deja atrás. Por ejemplo, si necesitamos aprender a decir no y a establecer límites a los demás para preservar nuestro espacio personal ello puede implicar que mis relaciones cambien. Temo, así, perder a una persona amada, sin embargo, el precio de no cambiar es tener que vivir ahogados por no disponer de nuestra propia parcela de intimidad. (3) Podemos cometer errores y exponernos a la crítica de los demás. Por ejemplo, si deseamos emprender un nuevo camino profesional más coherente con lo que deseamos y ello implica abandonar un proyecto actual más seguro pero que no nos motiva, nos exponemos a la crítica de nuestros allegados si este nuevo proyecto no llega a buen término ‘Ya te lo decía’, ‘Estaba cantado’, ‘Era cuestión de tiempo’, ‘Deberías haber conservado tu anterior empleo’ y un largo etcétera de frases que tal vez nos resulten demasiado familiares. (4) En terrenos desconocidos nos sentimos perdidos y por tanto esta sensación de no tener el control nos puede llegar a causar angustia. Por ejemplo, el padecimiento de una grave enfermedad por parte de algún familiar cercano donde no tenemos ningún punto de referencia que nos sirva de apoyo para poder dar respuestas adecuadas o ayudar a resolver la situación.

“En un mundo superior puede ser de otra manera,
pero aquí abajo, vivir es cambiar y ser perfecto es
haber cambiado muchas veces.”

John H. Newman

Toma aquí relevancia observar de qué manera nos posicionamos respecto al cambio, si nuestro sistema de creencias actúa como potenciador del cambio o como factor limitante frente al mismo, qué nos decimos, qué sentimos, qué pensamos. Nuestra manera de afrontar los procesos de cambio dependerá de aquello que aprendimos de pequeños o frente a ciertas circunstancias. Todos estos elementos profundamente arraigados en nuestra mente han contribuido a desarrollar una visión del cambio positiva o por el contrario desfavorable. Así, podemos abordar los procesos de cambio (1) resistiéndonos de una manera abierta, atacándolo directamente, (2) aceptándolo aparentemente, pero autoboicoteándonos inconscientemente para que no fructifique, (3) aceptándolo de una manera sufrida adoptando una actitud victimista, (4) aceptándolo con una visión positiva sabiendo que nos brinda la posibilidad de aprender, de movilizar recursos y progresar como personas.

Podemos asociar el cambio a palabras como miedo, inseguridad, pérdida, incomodidad o podemos vincularlo a palabras como reto, oportunidad, crecimiento, superación, creatividad. Nuestro diálogo interno, aquello que pensamos acerca del cambio acaba condicionando nuestra manera de actuar frente al mismo. ¿Cuántas veces hemos tenido que abordar situaciones que reclamaban una nueva manera de enfrentar la vida, una nueva manera de desplegarnos a todos los niveles?

En algunos casos hemos rehuido esas situaciones por no sentirnos capacitados para afrontarlas invadiéndonos pensamientos tales como ‘no soy capaz’, ‘no puedo’, ‘no valgo’, ‘esto me supera’. Hemos preferido quedarnos como estábamos, pisando un terreno conocido y seguro, pero incómodo al invadirnos una sensación de frustración y de impotencia al no haber dado las respuestas necesarias para resolver la situación. Acabamos habitando ese espacio de cómoda incomodidad que poco a poco va limitando y cercando nuestra existencia.

Otras veces hemos iniciado un proceso de cambio que necesitábamos con una motivación extraordinaria. Sin embargo, pasados unos días, unas semanas, comenzamos a autoboicotearnos poniéndonos excusas ‘es que no tengo tiempo’, ‘es que ahora no es un buen momento’, ‘es que…’, ‘es que…’, ‘es que…’ y acabamos por abandonar ese proceso minando de este modo nuestra autoestima.

En otras ocasiones, iniciamos el camino del cambio a ritmo de bólido. Sin embargo, ante las primeras dificultades del proceso nos vamos deshinchando y acabamos abandonando ‘es que es muy difícil’, ‘es que los resultados no llegan’, ‘lo he intentado pero…’. Hay procesos de transformación personal que exigen perseverancia, no basta con modificar un hábito un día, o una semana, o un mes. Hay procesos de metamorfosis personal que pueden durar hasta años. No hay que caer en la impaciencia, en la ansiedad, en desear la inmediatez. No es posible cambiar una dinámica de años en pocos días, se requiere un esfuerzo un poco mayor.

Algunas personas lo dejan todo en manos de la divina providencia. ‘Ya se resolverá’, ‘seguro que vendrá un golpe de suerte’ y así van pasando los años. Normalmente los cambios que necesitamos hacer en nuestra vida se producen porque canalizamos nuestra energía, nuestro esfuerzo, nuestra ilusión en una dirección determinada. Esperar un empujón del azar puede suponer perder unos años valiosos y sobre todo renunciar a todos los beneficios de abordar un cambio que necesitamos hacer para mejorar nuestras vidas.

Entonces, ¿cómo aprender a modificar nuestra percepción frente al cambio? ¿qué podemos hacer para afrontar procesos de transformación con ciertas garantías de éxito? ¿cómo podemos dejar de temer el cambio?

(1) Mejorar nuestra autoestima. Valorarnos y respetarnos por lo que somos poniendo énfasis en nuestras fortalezas y aceptando pacíficamente nuestras limitaciones.

(2) Dotarnos de derechos. Tenemos derecho a construir nuestro proyecto de vida, tenemos derecho a cambiar, a probar cosas nuevas, a experimentar y por supuesto a cometer nuestros propios errores.

(3) Incorporar nuevas creencias. Trabajar con creencias que reafirmen nuestro valor y nuestra capacidad para afrontar cualquier situación. Cuando tengamos que enfrentarnos al cambio y a situaciones que no conocemos tal vez aparezca el miedo pero si nos creemos capaces podremos afrontar los momentos de incertidumbre con firmeza y dignidad.

(4) Reformular nuestro concepto de fracaso. El fracaso no es nada vergonzoso, es sencillamente un incentivo para aprender y crecer. Las personas que conquistan grandes parcelas de éxito son personas que han fracasado muchas veces y han sabido extraer aprendizajes que les han ayudado a mejorar y a conseguir los resultados que deseaban. Quien no intenta nada en la vida no fracasa pero tampoco aprende nada ni aporta valor a su existencia.

(5) Centrarnos en el aprendizaje. Poner nuestro foco de atención en aquello que podemos aprender de cada situación más que valorar únicamente el resultado. Dejamos de valorarnos en función del resultado y ponemos énfasis en integrar cada experiencia como un bien que incorporamos a nuestro capital personal. Nos centramos, en definitiva, en mejorar como personas día a día.

Sí es posible cambiar, sí es posible transformar nuestra vida, sí es posible conquistar un espacio de seguridad personal si creemos en nosotros mismos, confiamos en nuestras fortalezas y habilidades y nos abrimos al aprendizaje que nos pueda brindar cualquier experiencia. El cambio es oportunidad, es exploración, es adentrarse en el reconocimiento de nuevos horizontes. El cambio es una puerta abierta al autoconocimiento, al descubrimiento de quiénes somos y qué nos mueve, dónde nos hallamos y en qué dirección avanzamos.

“Las personas cambian cuando se dan cuenta del
potencial que tienen para cambiar las cosas”

Paulo Coelho

[Extracto del libro: ¡Nunca es tarde! 50 ideas para mejorar tu vida (Versos & Reversos)]

¿Quieres leer más? Puedes adquirir un ejemplar de mi libro ‘¡Nunca es tarde!’ a continuación:

1

Deja una respuesta

Tu dirección de correo electrónico no será publicada. Los campos obligatorios están marcados con *

Descubre las 8 claves para escribir un libro de no-ficción que ayude a las personas y te posicione como profesional.

Para profesionales de la Psicología, el Desarrollo Personal y la Espiritualidad